Una de las imágenes más populares en América del Sur es la del Señor de la Buena Esperanza. Se encuentra en muchos templos y en numerosos hogares, y algunos se preguntan: "¿qué historia tiene esta imagen?". La vamos a narrar para edificación de nuestros lectores.
Sucedió en la ciudad de Quito, en tiempos de la colonia. Antiguas tradiciones cuentan que un día apareció junto al convento de San Agustín una mula cargada con una enorme caja. Se detuvo frente a la portería del convento y de allí no se quiso mover. Cansada de tanto llevar su pesada carga, se echó por fin en el suelo. Manos caritativas le quitaron de encima la caja de madera y la guardaron en la portería. La mula desapareció, y como nadie llegaba a reclamar aquel cajón, dispusieron abrirlo. Y encontraron algo muy especial.
La sagrada imagen. En la misteriosa caja encontraron una imagen de Jesús, vestido con un traje blanco como el que le mandó poner Herodes, para pasearlo por las calles. Con corona de espinas, y una caña en la mano, y sentado, como cuando recibió ultrajes de los soldados en la coronación de espinas. Era pues una imagen del Tercer Misterio Doloroso del Rosario, un recuerdo de la dolorosa coronación y de las burlas de la soldadesca. Dejaron la imagen en el zaguán
de la entrada del convento y las personas que por allí pasaban empezaron a rezar allí, recordando la Pasión y muerte del Señor. Y comenzaron a recibir favores muy especiales del cielo.
Traslado fallido. Quisieron llevar la imagen a otro sitio y por más que varios hombres forzudos quisieron levantarla, al llegar a la puerta no fueron capaces de andar un paso más. Y al volver a llevarla al fondo del zagúan, entonces ya no pesaba casi nada. Así que se dieron cuenta de que era ese el sitio donde debían venerarla, allí a la vista de todos los transeúntes.
El hombre del caso desesperado. Y sucedió que un pobre padre de familia estaba en situación desesperada de extrema pobreza. Lo iban a echar de la casa porque debía muchos meses de arriendo, y además no tenía con qué dar de comer a sus hijos. A la imagen le había colocado los devotos unas zandalias de oro, y la habían puesto en un sitio elevado. Y estando el atribulado hombre rezándole a Nuestro Señor, pidiéndole por su coronación de espinas que lo socorriera y le ayudara a salir de tan tremenda situación, la imagen movió el pie derecho y le lanzó la zandalia de oro que tenía colocada en él. El devoto sintió inmensa alegría y dándole mil gracias, salió corriendo a una joyería a vender la preciosa zandalia y conseguir así el remedio para su grave situación económica. Pero
el joyero que conocía muy bien de dónde venía la tal zandalia, mandó llamar a las autoridades, las cuales pusieron preso al pobre hombre y le hicieron juicio por ladrón y sacrílego.
La última oportunidad. Cuando ya le hubieron leído su sentencia de muerte por semejante "robo" tan grande, el entristecido reo pidió como gran favor antes de ser llevado a la plaza para ahorcarlo, que le permitieran hacer una última visita a su queridísima imagen de Jesús de la Buena Esperanza. Y le fue concedido.
Nuevo milagro. Y cuando el sentenciado a muerte estaba de rodillas, rodeado de inmensa multitud de curiosos, rezando ante la imagen del Señor de la Buena Esperanza, pocos momentos antes de ser llevado a la horca, el gentío vio con estupor que la sagrada imagen le lanzaba la otra zandalia de oro que le quedaba, la del pie izquierdo.
Una balanza misteriosa. Todos empezaron a gritar "¡Milagro, Milagro!". Las autoridades al darse cuenta de que aquel devoto no le había robado al Señor la zandalia sino que la había recibido de El como regalo, lo soltaron y lo declararon libre y como las dos zandalias eran sagradas y se las querían dejar en los santos pies de la imagen, dispusieron cambiársela por su peso en oro. Y trajeron una balanza y en uno de sus platos colocaron las dos zandalias, y en el otro empezaron a echar monedas de oro. Cada zandalia pesaba unos dos kilos. Pero sucedió que al otro lado echaron cuatro kilos de monedas, y seis, y ocho, y la balanza no se movía. El agradecido devoto exclamó: "Con esto me basta. No echen ya más monedas. Que el Señor ya solucionó mi amarga situación". Y se fue contento a su casa, libre, y a pagar todas sus deudas y a vivir lleno de eterno agradecimiento hacia Nuestro Señor.
Desde ese día los milagros se fueron sucediendo de maneras admirables. La que hace el milagro no es la imagen (que es yeso y telas, etc.). sino la fe de los creyentes que al rezar a Cristo, que está vivo y glorioso en el cielo, y al recordar su Santísima Pasión y Muerte, consigue de su gran bondad y generosidad, lo que más está necesitando cada uno.
¿Porqué no me pides a mi? Y sucedió unos años después que un sacerdote estaba pasando por situaciones extremadamente difíciles y no conseguía ninguna solución. Un día al pasar por frente a la imagen de Jesús de la Buena Esperanza, oyó una voz que le decía: "¿Y porqué no me pides a Mí, la solución para tus problemas?". El angustiado sacerdote se arrodilló y se puso a suplicarle a Cristo Jesús que por los dolores de su coronación de espinas y por los ultrajes que recibió al ser vestido de loco e insultado, le concediera la solución a sus problemas. Y el milagro se obró de manera admirable y prodigiosa. Desde ese día, aquel sacerdote fue un gran propagandista de esta devoción.
No nos dirá Jesús otro tanto: "¿Porqué no me pides favores, por los méritos de mi coronación de espinas y por las humillaciones y ultrajes que recibí en mi sagrada Pasión?"
Jesús de la Buena Esperanza: ten misericordia de todos los que pasamos por momentos difíciles. Ven en nuestro auxilio. Date prisa en socorrernos. Amén.
Sucedió en la ciudad de Quito, en tiempos de la colonia. Antiguas tradiciones cuentan que un día apareció junto al convento de San Agustín una mula cargada con una enorme caja. Se detuvo frente a la portería del convento y de allí no se quiso mover. Cansada de tanto llevar su pesada carga, se echó por fin en el suelo. Manos caritativas le quitaron de encima la caja de madera y la guardaron en la portería. La mula desapareció, y como nadie llegaba a reclamar aquel cajón, dispusieron abrirlo. Y encontraron algo muy especial.
La sagrada imagen. En la misteriosa caja encontraron una imagen de Jesús, vestido con un traje blanco como el que le mandó poner Herodes, para pasearlo por las calles. Con corona de espinas, y una caña en la mano, y sentado, como cuando recibió ultrajes de los soldados en la coronación de espinas. Era pues una imagen del Tercer Misterio Doloroso del Rosario, un recuerdo de la dolorosa coronación y de las burlas de la soldadesca. Dejaron la imagen en el zaguán
de la entrada del convento y las personas que por allí pasaban empezaron a rezar allí, recordando la Pasión y muerte del Señor. Y comenzaron a recibir favores muy especiales del cielo.
Traslado fallido. Quisieron llevar la imagen a otro sitio y por más que varios hombres forzudos quisieron levantarla, al llegar a la puerta no fueron capaces de andar un paso más. Y al volver a llevarla al fondo del zagúan, entonces ya no pesaba casi nada. Así que se dieron cuenta de que era ese el sitio donde debían venerarla, allí a la vista de todos los transeúntes.
El hombre del caso desesperado. Y sucedió que un pobre padre de familia estaba en situación desesperada de extrema pobreza. Lo iban a echar de la casa porque debía muchos meses de arriendo, y además no tenía con qué dar de comer a sus hijos. A la imagen le había colocado los devotos unas zandalias de oro, y la habían puesto en un sitio elevado. Y estando el atribulado hombre rezándole a Nuestro Señor, pidiéndole por su coronación de espinas que lo socorriera y le ayudara a salir de tan tremenda situación, la imagen movió el pie derecho y le lanzó la zandalia de oro que tenía colocada en él. El devoto sintió inmensa alegría y dándole mil gracias, salió corriendo a una joyería a vender la preciosa zandalia y conseguir así el remedio para su grave situación económica. Pero
el joyero que conocía muy bien de dónde venía la tal zandalia, mandó llamar a las autoridades, las cuales pusieron preso al pobre hombre y le hicieron juicio por ladrón y sacrílego.
La última oportunidad. Cuando ya le hubieron leído su sentencia de muerte por semejante "robo" tan grande, el entristecido reo pidió como gran favor antes de ser llevado a la plaza para ahorcarlo, que le permitieran hacer una última visita a su queridísima imagen de Jesús de la Buena Esperanza. Y le fue concedido.
Nuevo milagro. Y cuando el sentenciado a muerte estaba de rodillas, rodeado de inmensa multitud de curiosos, rezando ante la imagen del Señor de la Buena Esperanza, pocos momentos antes de ser llevado a la horca, el gentío vio con estupor que la sagrada imagen le lanzaba la otra zandalia de oro que le quedaba, la del pie izquierdo.
Una balanza misteriosa. Todos empezaron a gritar "¡Milagro, Milagro!". Las autoridades al darse cuenta de que aquel devoto no le había robado al Señor la zandalia sino que la había recibido de El como regalo, lo soltaron y lo declararon libre y como las dos zandalias eran sagradas y se las querían dejar en los santos pies de la imagen, dispusieron cambiársela por su peso en oro. Y trajeron una balanza y en uno de sus platos colocaron las dos zandalias, y en el otro empezaron a echar monedas de oro. Cada zandalia pesaba unos dos kilos. Pero sucedió que al otro lado echaron cuatro kilos de monedas, y seis, y ocho, y la balanza no se movía. El agradecido devoto exclamó: "Con esto me basta. No echen ya más monedas. Que el Señor ya solucionó mi amarga situación". Y se fue contento a su casa, libre, y a pagar todas sus deudas y a vivir lleno de eterno agradecimiento hacia Nuestro Señor.
Desde ese día los milagros se fueron sucediendo de maneras admirables. La que hace el milagro no es la imagen (que es yeso y telas, etc.). sino la fe de los creyentes que al rezar a Cristo, que está vivo y glorioso en el cielo, y al recordar su Santísima Pasión y Muerte, consigue de su gran bondad y generosidad, lo que más está necesitando cada uno.
¿Porqué no me pides a mi? Y sucedió unos años después que un sacerdote estaba pasando por situaciones extremadamente difíciles y no conseguía ninguna solución. Un día al pasar por frente a la imagen de Jesús de la Buena Esperanza, oyó una voz que le decía: "¿Y porqué no me pides a Mí, la solución para tus problemas?". El angustiado sacerdote se arrodilló y se puso a suplicarle a Cristo Jesús que por los dolores de su coronación de espinas y por los ultrajes que recibió al ser vestido de loco e insultado, le concediera la solución a sus problemas. Y el milagro se obró de manera admirable y prodigiosa. Desde ese día, aquel sacerdote fue un gran propagandista de esta devoción.
No nos dirá Jesús otro tanto: "¿Porqué no me pides favores, por los méritos de mi coronación de espinas y por las humillaciones y ultrajes que recibí en mi sagrada Pasión?"
Jesús de la Buena Esperanza: ten misericordia de todos los que pasamos por momentos difíciles. Ven en nuestro auxilio. Date prisa en socorrernos. Amén.
1 comentario:
Hermosa historia.
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